martes, 22 de diciembre de 2015

11.- 31 DE DICIEMBRE. FELIZ AÑO NUEVO


En 1865 donó a la Villa de Madrid el reloj ante el que el día 31 se comerán las uvas millones de españoles y al que Losada dedicó más cuatro años de trabajo en Londres. El reloj de la Puerta del Sol fue un regalo que hizo José Rodríguez de Losada. Subrayo la palabra regalo para argumentar que desde hace más de 10 años venimos pidiendo un homenaje a este singular relojero en forma de una calle con su nombre y lo más que hemos conseguido son silencios o disculpas. Bueno quitando la "pegatina" que el pasada año ha colocado el presidente Ignacio González en la escalera de subida al reloj. Creemos que se merece algo público y visible para todos los madrileños, el no escondió el reloj en la escalera, lo regaló y está en lo alto de una torre visible para todos.
Pensamos que no es mucho pedir que Madrid dedique una calle al fabricante y mecenas que hace semejante regalo: "es de bien nacidos ser agradecidos". Tendremos que crear un grupo de amigos de Losada y presionar a quien corresponda para que se haga justicia, aunque sea con retraso. 
 De momento Madrid, y casi toda España, le recuerda una vez al año, cuando uno termina y otro comienza en la puerta del Sol. Allí late aún el reloj que donó a la ciudad y que la pone en hora desde el 16 de noviembre de 1866.  Para el próximo 16 de noviembre llevará 150 años funcionando el famoso reloj, ¿habremos conseguido para entonces el homenaje al relojero Losada?. Al menos lo seguiremos intentando.

Fue perseguido por sus ideas políticas por el padre de José Zorrilla, y loado después por el poeta romántico, que le consideraba “seco, cejijunto y algo brusco en sus modales”, pero “de oro el corazón”. “Famosísimo”, “un gran mecánico”, era, según Zorrilla, “el relojero Losada ”. 
Como estamos viendo en este blog, Zorrilla le considera su mejor amigo habla de él en dos de sus libros e incluso  le dedica ese cuento fantástico titulado Una Repetición de Losada.
Pero no solo Zorrilla escribe sobre él, también lo hacen como iremos viendo Concha Espina en Efigie Maragata, Matías Rodríguez Díez en Historia de la muy noble, leal y benemérita ciudad de Astorga, Fernández Duro en Museo Español de Antiguedades, ramón Carnicer en Donde las Hurdes se llaman Cabrera, Luis Alonso Luengo en El reloj de la Puerta del Sol, Roberto Moreno en José Rodríguez de Losada Vida y Obras,  F. Javier A. Prada en Los Ancestros del Relojero Losada, Montañés, Ernesto Agudo, Nela Domenech, Nicolás Miñambres y otros muchos en artículos de periódicos, etc.




Este era José Rodríguez de Losada a los 65 años.

10.- ZORRILLA Y LOSADA. UNA REPETICIÓN DE LOSADA. CAPÍTULO TERCERO.

Capítulo tercero.

Lasciate ogni speranza ¡Olí voi ch'intrate!

En una de las calles solitarias
Que, mas allá del parque del Regente,
Dan a Londres carácter diferente
Del que tiene en su centro, con las varias
Construcciones y formas caprichosas
De sus casas aisladas y dispares,
Que parecen ya quintas deliciosas
Modernas, ya castillos, seculares
De goda y de normanda arquitectura.
Ya kioskos de arabescos alminares,
Hay una que, encerrada en la verdura
De un arbolado umbroso parquecillo,
Tiene visos de quinta y de castillo.
Un muro irregular de escasa altura,
Fabricado de cárdeno ladrillo
Al estilo morisco recortado
En estrellas, polígonos, triángulos,
Y losanges, formando alicatado,
Cerca en redor el parque, cuyos ángulos
Unos pilares, dobles aseguran,
Que sirven a la yez de pedestales
A chinescos y etruscos macetones
Casados dos a dos; desde los cuales,
Cual de la India oriental en los balcones
De los palacios reales
Y en los de cuentos de hadas y hechiceras
Cuelgan cortinas de bordados chales.
Se tienden ondulantes, olorosas,
Frescas, movibles, verdes y ligeras
Cortinas de jazmin y enredaderas,
Que cubren descarriadas y viciosas
Las paredes enteras.
Cuadros de yerba exhuberante y larga,
Prados en miniatura artificiales,
Que no Dios sino el hombre allí se encarga
De crear, visten el ameno suelo;
En medio, ramilletes de rosales,
De espesos y pajizos retamales
Y otros arbustos mil de flor amarga
Y propiedades mil medicinales,
Dan vista, aroma y sombra a aquellos prados,
Cortados al capricho por caminos
Limpia y esactamente enarenados
Y que forman dibujos peregrinos.
A través de las verdes praderillas,
En torno de los árboles copados,
Bosquetes de retamas amarillas
Y ramilletes de rosales, plantas,
Y arbustos en macetas y en jarrones,
Dan estos caminillos vueltas tantas
Y hacen tantos recodos y rincones,
Que tornan aquel parque en laberinto:
Pero sus sendas a la vista sueltas
Y por dó quier partidas, con distinto
Destino y fin al parecer tendidas
Y unas en otras por dó quier revueltas,
Todas a un mismo punto conducidas,
De la casa a parar van al recinto
Después de tantas caprichosas vueltas.

Para esto de alojarse, los Ingleses
Tienen don especial, y nadie sabe
Amalgamar como ellos cuanto cabe
A un tieñipo en bienestar y en intereses.
Nosotros, gente audaz del mediodía,
Raza inquieta enemiga del reposo,
Inclinada al tumulto de la guerra,
Que tenemos la ardiente Andalucía
Con su brillante sol esplendoroso
Y su feraz y productiva tierra,
Dejamos a la mano providente
Del Supremo Hacedor omnipotente
El cuidado de darnos existencia
Feliz, con nuestros sanos alimentos,
Clima benigno, alegres pensamientos,
Y cómoda y barata residencia
En el jardín que, en nuestro rico suelo,
Bajo su azul y saludable cielo,
Nos tocó en este mundo por herencia;
Y habiendo sin afán frutos opimos
Y vida dulce y regalona hallado
En nuestro aire jamás emponzoñado
Y de la tierra fértil do nacimos
En las frutas, las mieses y racimos,
Del grande afán con que el Inglés se aloja
Hacer burla tal vez se nos antoja,
Y de él sin fundamento nos reímos.
El Inglés, que ha nacido en una tierra
Que escasísimos gérmenes encierra
De fructificación y bajo un cielo
Tan triste como estéril es su suelo,
Trabaja sin cesar, infatigable,
Porque tiene que dar a su sustento,
A su vida social y alojamiento
Lo cómodo, supérfluo o agradable
Que negó a su país el firmamento.
Así que, en los mas mínimos pedazos
Que forman de su tierra los confines,
Al poder de su ingenio y de sus brazos
Lo que Dios hizo erial torna, en jardines
El agua que las lluvias hacen lago
Con poderosos mecanismos vacia,
Sus derrames mas lejos aprovecha,
En sus terrenos áridos los echa,
Y a merced de su afán y pertinacia,
En lo que ayer fue norial frutos cosecha,
Y donde ayer hervía la inmundicia
Hoy miran, nuestros ojos con delicia
Elevarse con gracia
De un campanario la elegante flecha;
Y lo que Dios no le otorgó, lo adquiere,
Y lo que el suelo no le da, lo crea,
Y de comodidades se rodea:
Y como él se procura cuanto quiere
Y a sí mismo se da cuanto desea,
Cómodo vive y satisfecho muere;
Y así es hombre el Inglés de tal estofa
Que mas merece aplauso que no mofa;
Porque todo país civilizado
Debe de hacer de su existencia el viaje,
No en un asno o a pié como el salvaje,
Sino como a quien Dios el mundo ha dado
Con cuanto existe en él por hospedaje:
Es decir, con espléndido equipaje,
Por el genio o la fuerza arrebatado
En un vapor o cómodo carruage,
Y en una casa cómoda alojado.

Y esta casita aislada y pintoresca
De la que voy hablando, rodeada
De arboleda sombrosa y yerba fresca,
Era una elegantísima morada
De esas que nada más tiene en la tierra
La capital soberbia de Inglaterra.
Su pórtico, italiana columnata
A cuya ancha meseta se subía
Por cómoda y tendida escalinata,
Sobre estensa antecámara se abría
Que a un lado el paso del salón franqueaba
Y por el otro al comedor se entraba
Del cual a los jardines se salía.

En el piso del centro se halla todo
Cuanto preciso es de cualquier modo
A la vida social, pública, esterna;
Rico salón con música y piano,
Comedor, sala de armas, biblioteca,
Camarín de reposo, y a la mano
El jardín con columpios y con juegos,
Flores, paseo, luz y ambiente sano.
La existencia doméstica é interna,
La vida estraña al turbillon mundano,
La vida del amor, íntima y tierna,
Está modestamente retirada
Al piso superior; los dormitorios,
El baño, el tocador, el gabinete
De labor de las damas, el bufete
De trabajo del dueño están arriba;
La existencia social ocupa el centro,
Y según es de Londres la costumbre
( Y es la costumbre que mejor encuentro)
Bajo de todo y de la casa dentro
Los oficios, hogar y servidumbre.
Los muebles de la casa pocos, ricos
Y útiles son: no hay nada que no sea
Necesario; allí está la chimenea
Surtida de pantallas y abanicos:
Las ventanas y puertas con mamparas,
Los suelos con alfombras: los estantes
Llenos de ropa blanca; entran por varas
Las telas de las amplias colgaduras
Que decoran los lechos,
Necesidad que el clima trae consigo;
Cortinages de pródigas anchuras
A propósito hechos
Para el nocturno y necesario abrigo.
Están aparadores y bufetes
De plata, china y de cristal colmados:
Mas no de esos inútiles juguetes
Con que en Francia se tienen decorados,
Sino de esos mil trastos que, aunque varios
Y de rara invención, son necesarios.
Todo es allí comodidad, limpieza
Y orden; nada hay de más, nada de menos,
Nada sin un objeto en cada pieza;
Casa, muebles, criados están llenos
De decoro; y allí respira gracia
Todo; allí anuncia todo la riqueza
Y el comfort de la inglesa aristocracia.
Esta casita, en fin, a donde ahora
Conducir al lector nos interesa,
Es una habitación encantadora
Como en su rica capital las mora
Hoy solamente la nación inglesa.

La mañana está clara, el aire puro.
El cielo azul, la atmósfera serena,
Londres alegre; del laurel oscuro
Entre el follaje canta filomena:
Empiezan a venir las golondrinas
De África: empiezan a brotar las flores
Y su botón las rosas purpurinas
Empiezan a romper; jugo y colores
Toma cuanto vejeta,
Y el aura impregnan ya con sus olores.
El lirio fresco y la gentil violeta.
Del Támesis las lóbregas neblinas
El sol desgarra con caliente rayo,
Toda la tierra, en fin, se regenera
Al influjo vivífico de mayo
Y al soplo de la fértil primavera.

Iban a dar las diez de la mañana;
El portero que guarda el parquecillo
De esta casa con humos de castillo,
De la cual descripción amplia y lozana
Acabamos de hacer, engalanado
Con su librea azul, está plantado
A cuatro pasos del umbral afuera,
Mirando atento entre la doble hilera
De edificios que forman la calzada
Si viene alguno a quien sin duda espera.
En la mesa del pórtico, que entrada
Da a la casa y remate a la escalera,
Se pasea con paso mesurado
Un hombre ya de edad, condecorado
Con la legion de honor, de rigurosa
Etiqueta vestido, y de lustrosa
Bota y guantes blanquísimos calzado.
Su cabellera es blanca: su cabeza
De cabello en el centro despojada,
Su faz severa, perspicaz mirada,
Posado continente, serio trage
Y todo el esterior de su persona
Lleno de dignidad y de nobleza,
Le dan por importante personage
A quien su propia dignidad abona.
En sus ojos se vé la inteligencia
Del hombre acostumbrado de la ciencia
A engolfarse en el piélago profundo,
Y en toda su presencia
La buena educación y la esperiencia
Del hombre familiar con el gran mundo.
Benevolente, la bondad se marca
En aquel ojo que tranquilo mira
Bajo una ceja que jamás se enarca;
Este hombre, en fin, que confianza inspira,
Tiene, aun en nuestro siglo de mentira,
La digna sencillez del patriarca.
Es el doctor John Lees, que ha recorrido
Del mundo la mitad y ha atesorado
Cuanto el mundo científico ha sabido
Y lo que su esperiencia le ha enseñado.
Y es hombre que del uno al otro polo
Ha recogido de la ciencia frutos
Grandes, que más secretos sabe él solo
Que muchas academias e institutos,
Y que más moribundos ha salvado
Que Broussais y comparsa han enterrado.
Tras él y por la puerta
De par en par abierta,
Se ven en la antecámara, parados
Y en librea de gala, dos criados
De servicio interior y una doncella
De esas que hay solo en Londres en servicio,
Y que por joven, elegante y bella
Nadie la diera en tan humilde oficio:
Aunque decirse a la verdad pudiera
Que de la noble dama su señora
Es, más que servidora, compañera:
Pues que tiene a su vez su servidora
Que a su turno sus órdenes espera.
A la derecha de la casa, a sombra
De unos frondosos olmos y sentada
De un prado artificial sobre la alfombra,
Se eleva independiente la cochera
Con su cuadra y establo, a cuya entrada
Un jokey irlandés y un africano
Negro, a su vez, esperan la llegada
De quien viene, las gorras en la mano,
Con aquella paciencia y aire grave
En que tranquilo mantenerse sabe
Cual ningún otro el servidor britano;
Todo, por fin, demuestra que se aguarda
En este alojamiento cortesano
A alguien que ha de venir y en llegar tarda.
De repente el doctor, cuyos sentidos
Hizo la observación mas perspicaces.
Se paró y tendió al aire los oídos
Para coger mejor unos sonidos
Que erraron por la atmósfera fugaces.
Y un minuto tal vez no pasó entero,
Cuando vio que solícito el portero
Abrió de par en par el enverjado,
Y un abrigado faetón de viage,
Por seis caballos húngaros tirado
Y atestado de senos de equipage.
Entró por el sendero enarenado
Que, en curva suave y ascensión ligera,
Conduce del cancel a la escalera.
Salió fuera el Doctor de la techumbre
Del pórtico, y tras él la servidumbre;
Abrió la portezuela blasonada
Del carruage magnífico un lacayo.
Y saltó a la escalera embaldosada
Un hombre envuelto en elegante sayo
De viage: era Don Luis. Tras él otro hombre
Bajó del faetón: era Losada.
¿Necesitas, lector, que yo te nombre
La mujer por los dos acompañada?
Era Luz, la hermosísima habanera:
Pero ¡cuan diferente, cuan mudada
De cuando Luz de los salones era!
De aquella Luz que conociste un día
Tan hermosa en la Habana, parecía
La imagen material vaciada en cera;
Envuelta en pieles la infeliz venía,
Y en su estenuado cuerpo no tenía
Influencia vital la primavera.
Bajó ayudada por Don Luis, y el suelo
Al pisar exhaló un ligero grito
De sorpresa tal vez, como persona
Que habituada al reposo, en el momento
De ponerse en acción, el movimiento
La causa sensación y cree un instante
Que su estinguida fuerza la abandona
Al emprender su marcha vacilante.
Repuesta empero al punto, enderezóse:
Y como aquel que a voluntad ajena
Va con resignación, sino con pena,
Adonde al fin su voluntad inmola,
Melancólicamente sonrióse;
Y mirando en redor con desconsuelo
Dijo: “¡hermosa ciudad, mas triste suelo!”
Y empezó la escalera a subir sola:
Mas del ascenso a la mitad paróse;
A ella Losada entonces acercóse
Y hasta llegar arriba el brazo dióla.
“Dejadla que un instante se repose:”
Dijo el Doctor John Lees, que con anhelo
Subir la contemplaba de hito en hito,
Con la fija y recóndita mirada
Del sabio que su ciencia ve con celo.
Y aquí de ella apartándose Losada,
En el pórtico mismo presentóla,
Con la solemne gravedad precisa
De ceremonia tal en Inglaterra,
Al doctor Lees, que atento saludóla.
Ella, con melancólica sonrisa,
Sacó con lentitud su mano helada
De bajo de su abrigo
Y al doctor la tendió, con voz quebrada
Diciendo: “estoy, Doctor, muy fatigada.
“Dadme el brazo; al salón venid conmigo
“Y allí amistad haremos: y si acaso,
“Doctor, mi vida en sus estremos frisa,
“Seréis mi último amigo.” —

Casi una hora retirada estuvo
Luz con el Doctor Lees: mientras Losada
La cómoda morada
Por él para su amigo preparada
Con él a solas visitando anduvo.
Por fin, del comedor al peristilo
Del jardín asomó con Luz del brazo
John Lees; ella risueña y él tranquilo,
Del jardín recorrieron un pedazo
Hasta dar con Don Luis y con Losada,
Que sentados al borde de la fuente
Hacían a su vez tranquilamente
Dulces recuerdos de la edad pasada.
Hubo entonces por una y otra parte
Ofrecimientos de amistad sincera,
Perdurable y cordial, hechos sin arte;
Y establecióse pronto entre los cuatro,
No una franqueza falsa y de teatro,
Sino de corazón y verdadera.
Lees estuvo en sus pláticas ameno,
Luis de verbosidad y gracia lleno,
Losada original, Luz hechicera;
Quedaron unos de otros encantados:
Verse todos los días prometieron;
Y Losada y John Lees, que ocupaciones
Tienen en sus diversas profesiones,
De Luz y de Don Luis se despidieron.
Y cuando aquellos al cancel llegaron,
Y éstos a entrar en el salón volvieron,
Dentro y fuera este diálogo entablaron,
A un tiempo, dos a dos, de esta manera:
La dicha fue que platicar no oyeron
Los que estaban adentro a los de afuera.

DIALOGO PRIMERO.

Luz y Don Luis en el salón.
D. LUIS.


¿Y qué tal el doctor?
LUZ.


Es un bravo hombre,
De muy buen tono é instrucción estensa.
D. LUIS.


¿Qué dice de tu estado?
LUZ.


Que te asombre
Es fuerza su opinión.
D. LUIS.


¿Por qué?
LUZ.


No piensa
Como los otros él.
D. LUIS.


¿Cree que te sana?
LUZ.


Sola me curaré.
D. LUIS


¿Cómo?
LUZ.


Con poco
Trabajo y sin tomar ni una tisana.
D. LUIS.


O es muy sabio John Lees, o está muy loco.
LUZ.


Dice que, si Dios quiere, es cosa llana
Sanarme con sus gotas, alimento,
Buen aire, buen humor y movimiento.
D. LUIS.


¿Y podremos al fin ir a la Habana?
LUZ.


Dependerá de ti.


D. LUIS.


Por mí, mañana.
LUZ.


Necesito curar radicalmente
Para volver a clima tan caliente.
D. LUIS.


Mas fuerza será que este abandonemos
Antes que en él en el invierno entremos.
Para ponerte en síntomas mejores
¿Qué tiempo ha menester?
LUZ.


Si no hay reveses
Imprevistos, o causas esteritores
Que me agraven, será de aquí a tres meses,
Cuando caigan las hojas y las flores:
Porque entonces en Cuba nos espera
El invierno de allá, que es primavera.
D. LUIS.


¡Dios misericordioso!
Si te sana John Lees
LUZ.


No tengas duda:
Yo en la palabra de él con fé reposo.

El Poeta.

¡Feliz quien su esperanza
De ciega fé tras el baluarte escuda!
Su esperanza a nutrir la fé le ayuda,
Y espera al menos, si jamás alcanza.

DIALOGO SEGUNDO.

Losada, El Doctor, en la puerta del parque.
LOSADA.


¿Cómo está Luz?
EL DR.


Muy mal: de muerte herida.
LOSADA.


¿No hay esperanza alguna
De salvarla?



EL DR.


Ninguna.

Tres meses, cuando más, tiene de vida:
Las hebras que a ella la atan son tan flojas
Que caerá en el otoño, con las hojas.
LOSADA.


¿Tan pronto?
EL DR.


Esta es su tumba: y es tan cierta
Su muerte que, con Dante, de esa puerta
Pudisteis escribir en el remate:
Lasciate ogni speranza ¡oh voi ch'intrate!

El Poeta.

Luz y Don Luis quedaron arrobados
Bañándose en la luz de la esperanza;
Losada y el Doctor desesperados,
Al fondo de New Road, del brazo dados,
Se fueron a perder en lontananza.

El Doctor, en los duelos ya curtido,
Caminaba en silencio y distraído:
Mas el pobre Losada, a quien abate
El porvenir de Luz, en la alma herido,
Su pena en vano con afán combate;
Y le va resonando en el oído
Aquel verso del Dante tan sabido:
Lasciate ogni speranza ¡oh voi ch'intrate!

lunes, 21 de diciembre de 2015

9.- ZORRILLA Y LOSADA. UNA REPETICIÓN DE LOSADA. CAPÍTULO SEGUNDO.

Capítulo segundo

LOSADA,
CONSTRUCTOR CRONOMETRISTA,
Calle del Regente, N. 181
LONDRES.


Famosísimo es Losada
En la América española:
Su firma, es allí la sola
Garantía de un reló.
Allí desde French abajo,
Comparados con Losada,
Son aprendices y en nada
Reló de ellos se estimó

En parangón con los suyos;
Nadie que uno poseyera,
Cambiar por otro cualquiera
Su Losada consintió.
Mas no intento hablar tan pronto
Del Losada relojero,
Porque debo hablar primero
Del Losada hidalgo yo.

Losada es un gran mecánico
Que adquirió inmenso renombre
Y, no obstante, vale el hombre
Más que su reputación.
Aunque, seco, cejijunto
Y algo brusco en sus modales,
Leal entre los leales,
Tiene de oro el corazón.

Ni pobre, ni desdichado,
Llegó jamas a su puerta
A quien no le fuera abierta
De su corazón a par;
Establecido entre Ingleses,
Jamás de española tierra
Llegó ninguno a Inglaterra
Que de él se pueda quejar.

Liberal por convicciones
Y por circunstancias luego,
Jamás ha atizado el fuego
De nuestra guerra civil;
Ni en su opinión ni en su vida
Hay nada que le avergüence:
Jamás su carácter vence
Temor ni codicia vil.

Un español, sea carlista
O liberal, a él bien llega:
Pues Losada no reniega
De ser español jamás;
Y entiende por españoles
Y recibe como a hermanos,
A cuantos americanos
Lo fueron tiempos atrás.

Losada, que nunca niega
Un favor ni un beneficio,
Es hombre de recto juicio
Y de leal intención.
Si un consejo se le pide
O se le fia un secreto,
Da aquel: y a su fé sugeto
Muere éste en su corazón.

Por cien remotos países,
Que jamás ha visitado,
Su reputación de honrado
Bien establecida está;
Y en su sencillez modesta
Tiene él solo mas amigos,
Que envidiosos y enemigos
El poder a muchos da.

Mi padre, ministro un día,
Puso a precio su cabeza:
El con hidalga nobleza
Salvó mas tarde mi honor:
Hoy, sin temor ni bajeza,
Del mundo a la faz lo digo:
El es mi mejor amigo
Y no le tuve mejor.

Tal es Losada. Si un día
Llega este libro a sus manos,
Sobre esta página mía
Verterá llanto quizás.
Este libro y esta historia
Podrá devorar el tiempo:
Mas de mi alma y mi memoria
Borrar su nombre, jamás.

Basta del hombre; el artífice
Es un ser muy diferente:
Su espíritu inteligente
De él se revela en redor.
Cuanto compone su casa
Tiene un singular aspecto:
Todo en ella tiene efecto
De movimiento y rumor.

En su casa todo vive,
Todo susurra y se mueve,
Y parece que recibe
De su genio aire vital:
Por dó quiera que se pase,
Por uno y otro aposento
Se percibe el movimiento
Y el sonido del metal.

Mil cronómetros colgados
Y mil relojes tendidos,
Sus movimientos y ruidos
Atraen a oír y a mirar:
Mil volantes se columpian
Y mil péndolas se mecen,
Que por dó quiera aparecen
Moviéndose sin cesar.

Todo es allí rico, bello,
Útil, perfecto y sonoro:
Todo es allí plata y oro,
Nácar, marfil y cristal.
Ocupan los anaqueles
Mil estuches primorosos:
Mil instrumentos curiosos
El mostrador principal.

Las mesas están cubiertas
De cajas, dentro las cuales
A través de sus cristales
Muestran su pálida faz
Miles de blancas esferas;
Cuyos negros minuteros
Parecen los pies ligeros
Del tiempo inquieto y fugaz.

Y aquellas fisonomías
Variables de las esferas
Que las horas venideras
Menguando a minutos van
Y aquellos mil minuteros
De segundos, que incesantes
De la vida los instantes
Señalándonos están;

Las mil músicas estrañas
Que, sordinas o sonoras,
Dicen ¡adiós! a las horas
Que caen en la eternidad,
Y nos anuncian, cantando
Su armoniosa despedida,
Las que mengua nuestra vida,
Las que pierde nuestra edad;

Son de un efecto fantástico,
Febril y vertiginoso;
Allí nada hay en reposo,
Nada hay en silencio allí:
Y al parar en ello mientes
Comienza el cuerpo al momento
El ruido y el movimiento
A sentir dentro de sí.

Yo, en una relojería,
Siento mi ser trastornarse
Y al vértigo apoderarse
Del sistema cerebral,
Y produce en mi cabeza
El balumbo del mareo
El incesante golpeo
Galvánico del metal.

Y no sé qué misterioso
Y siniestro fatalismo
Hallo yo en el mecanismo
Y el objeto del reló.
Personificar al tiempo
En su aparato mecánico,
Fué un pensamiento satánico
Que siempre me amedrentó.

Cuando abría en mi presencia
Losada una de esas cajas
En que suspensos en fajas
Sus mil relojes están,
Se me antojaba que abria
Otra caja de Pandora,
Que el mundo a llenar traidora
Iba de duelo y afán.

¿No habéis nunca imaginado
Cuánto irrevelable cuento
De crimen y sufrimiento,
De virtud y abnegación
Encierra una de esas cajas,
En cuyo centro reside
El compás con que se mide
Del tiempo la duración?

Pues yo sí lo he calculado;
Y no hay vez que en ello piense,
Que el corazón no me prense
Una angustia honda, mortal.
¿Sabéis lo que en esas cajas
Encerrado en oro viene?
¿Sabéis lo que se contiene
En su cavidad fatal?

Allí está el reló empeñado
Que servirá al usurero
Para esperar su dinero,
Sangre quién sabe de quién:
Allí el reló que el amante
Hará regalo de bodas,
Cuyas horas sueña todas
Llenas de dicha y de bien.

Allí el de un rico avariento
Que, puesto a la cabecera
Del lecho, su hora postrera
Por segundos marcará:
Mientras estraño heredero
Para heredar su tesoro
Siguiendo su minutero
Con ojo impaciente irá.

Allí el reló en que la hermosa
Que espere al galán ausente,
Los dulces minutos cuente
Que pase en habla con él;
Y allí el que al vendido esposo
Marcará la infame hora
En que su esposa traidora
Con el galán huya infiel.

Allí el reló en ¿pie el político,
Sacrificado a una idea,
Minuto a minuto lea
Los qué tarda el confesor:
Allí el en que el fin espere
De su vida la novicia
Víctima de la codicia
De un hermano o de un tutor.

Allí el en que quien de un pleito
Hizo su caudal materia,
Las horas de su miseria
Sin su caudal contará;
Y allí, en fin, el en que cuente
La mujer desventurada
Por interés mal casada
Las del infierno en que está.

Un reló es solo una máquina
Sin vida y sin pensamiento,
Mas que momento a momento
Tras de cuanto vive vá.
Nada hay que cause mas ánsia
Que estar mirando a su esfera:
Siempre hay alguno que espera
La hora que próxima está.

Al que nace y al que muere
Aquella hora se le marca,
Pues entre las dos se abarca
Su nacimiento y su fin.
Y he aquí lo que tiene siempre
Mi alma preocupada,
Al visitar de Losada
La tienda y el camarín.

Este es un gabinetillo
Tan estrecho y tan sencillo,
Como el camarín que tiene
En su buque el capitán.
Allí en tres o cuatro armarios
Y en otros tantos secretos,
Los mas valiosos objetos
De su propiedad están.

Y desde aquel gabinete
Que se abre sobre su tienda,
Vijila sobre su hacienda
Con ojo escudriñador:
Mientras aquellas mil máquinas
Que creó su inteligencia,
Marchan a una en la presencia
Del genio su creador.

Cuando de aquel gabinete
Abre algún escaparate
O algún escondite y mete
La mano Losada en él,
Siempre saca sonriendo
De su fondo misterioso
Algún objeto precioso
O algún valioso papel.

Allí están aquellos sólidos
Cronómetros reforzados,
Hasta el asa cincelados
Con estraña perfección;
Aquellas máquinas ricas
Mezcla de platina y oro,
Cuyo volante sonoro
Jamás sufre alteración.

Y allí están aquellas cajas
Y aquellos pliegos sellados,
Que a Losada confiados
Suelen dejar los que van
A empeñar su honra o su vida
En alguna empresa o viaje,
En cuya, empresa o paraje
Creen que perderlas podrán.

Era una hermosa mañana
De Abril; en Londres no hay muchas
Que lo sean: la sultana
Del Támesis no es a fé
Rica en luz ni en alegría,
Ni el sol en ella es diario;
Pero alguno que otro día
Suele salir, y se ve.

Este era uno de esos pocos,
Y por caso este uno era
Un día de primavera
En que hacía en Londres sol:
Lo cual sacaba a las calles
A los zancudos britanos,
Como a sus primos-hermanos
La hormiga y el caracol.

Llenaba las dos aceras
De la calle del Regente
Grande reunión de gente
Que iba del sol a gozar:
Y al pasar por la portada
De la casa de Losada,
Se paraba embelesada
Tanto reloj a mirar.

El, desde su gabinete,
Veía el tropel confuso
De seres a quienes puso
En movimiento el calor,
Lo mismo que a sus cronómetros
La cuerda que movimiento
Les infunde: pensamiento
Que hace a Londres poco honor.

Y es que hay mucho papanatas,
Muchas máquinas vivientes,
Que menos inteligentes
Que sus cronómetros son,
Porque discurren y yerran;
Y estos nunca se equivocan,
Pues cuando las tantas tocan
Es porque las tantas son.

Losada, arrobado en uno
De esos perdidos momentos
En que nuestros pensamientos
Dejamos ir al azar,
Pasar vía ante sí al mundo
Del mundo entero olvidado,
Cuando apercibió a un criado
En el almacén entrar.

Traía un papel con sello;
Era una carta de Francia
Que le enviaba con instancia
El embajador francés.
Abrió Losada la carta
Que en aquel pliego venía,
Y de este modo decía:
“París—Abril—veinte y tres.

“Querido amigo: con honda
“Pena y sentimiento vivo,
“Voy en las letras que escribo
“A dar a usted un pesar.
“Luz va peor cada día;
“Ya no hay remedio para ella;
“Ni el calor de Andalucía,
“Ni los aires de la mar

“Han podido mejorarla;
“La ciencia trabajó en vano
“Con ella: el americano
“Clima dicen ahora que es
“Su última esperanza. Vamos
“Pues a Londres; tomaremos
“Ahí reposo, y veremos
“De ir a América después.

“Necesito una casita
“Sola, en un barrio tranquilo,
“Donde tener un asilo
“Cómodo, y un propio hogar.
“Llegaremos a tres días
“De la fecha de esta carta,
“Y cuando de Francia parta
“Le haré a usted aviso dar

“Por el telégrafo. Solo
“Le recomiendo el secreto;
“Deseo no estar sugeto
“A recibir sociedad.
“Con usted basta; yo tengo
“Casi hastío al trato humano.
“Adiós.—Luis de Altamirano.”
Espartana era en verdad

Esta carta en lo concisa;
Se conocía que estaba
Escrita con mucha prisa
Y con grande agitación.
La letra era tendidísima;
Muchas no estaban cabales,
Y los blancos desiguales
Entre renglón y renglón.

De Don Luis de Altamirano
Con la epístola en la mano,
Quedó Losada sumido
En sombría reflexión:
Y Losada no es persona
Que medita o reflexiona
Sin llevar sus reflexiones
A final resolución.

Arrancó al fin un suspiro:
Y al levantar la cabeza,
Que el peso de la tristeza
Sobre el pecho le dobló,
En su morena megilla
Mostró una furtiva lágrima
Que a su alma tierna y sencilla
Aquella carta arrancó.

“¡Pobre Luz! dijo; sin duda
“Que algún espíritu malo
“Me impulsó a hacerla el regalo
“De aquella repetición.
“¡Quién me dijera que habían
“De marcar sus minuteros
“Los latidos postrimeros
“De su herido corazón!

“¡Ojalá la haya perdido,
“Ojalá se la haya roto!”
Y al elevar este voto
Losada en su alma leal,
Sintió en ella el pesar vivo,
Ese pesar instintivo
Que atribula al alma buena
Con la previsión del mal.

Porque es preciso que sepas,
Lector, que Losada es hombre
Que teme asociar su nombre
Con el ajeno dolor;
Y al hacer a algún amigo
De un reló suyo la ofrenda,
Anhela que sea prenda
De placer solo y de amor.

Así que, cuando él a alguno
Un cronómetro regala,
El voto que al darle exhala
Puede formularse así:
“¡Plegué a Dios que los momentos
“Que esa máquina te cuente,
“No marquen perpetuamente
“Mas que placer para tí!”

Y al buen Losada le pesa
De que a quien uno regala,
Jamás una suerte mala
Le ponga en tribulación:
Pues cree que esas malas horas
Con su nombre unidas vienen.
¡Los grandes talentos tienen
Alguna superstición!

Losada, que en una estrema
Situación tendió la mano
A Don Luis de Altamirano,
Que de ella por él salió,
Vino a ser depositario
De sus secretos mas hondos,
Y de sus rentas y fondos
Que Don Luis le encomendó.

Cuando casado a Inglaterra
Volvió Don Luis de la Habana,
A la hermosa americana
Luz hizo Losada don
Del reló mas primoroso,
De más valor y más lujo
Que su fábrica produjo:
Que era una repetición.

Repetición cincelada
Por adentro y por afuera,
Cuya máquina y esfera,
Cuya forma y dimensión,
Eran lo mas estremado
En solidez y elegancia
Que de Inglaterra y de Francia
Creó la rica invención.

De sus dos tapas ceñían
Las cinceladas labores
Dos orlas bellas de flores,
De trabajo tan sutil
Y entre la labor del oro
Tan limpiamente esmaltadas,
Que parecían miniadas
Sobre el mas puro marfil.

En su interior, con objeto
De colocar un retrato,
Había oculto un secreto
En cuyo fondo, a buril
Y en microscópicos signos,
Estaba escrita la fecha
Del día en que a Luz fue hecha
Aquella ofrenda gentil.

Luz, que venia instruida
Del carácter de Losada,
De la amistad acendrada
Que Luis tenia por él,
Juró llevar esta prenda
Perpetuamente consigo,
En memoria del amigo
A su marido mas fiel.

Losada, que no vio entonces
Mas que amor, gloria, riqueza,
Juventud, dicha, belleza
Y esperanzas en los dos,
Fió en que las dulces horas
Por aquel reló marcadas,
Estaban predestinadas
A la ventura por Dios.

Pero al recibir la carta
En que Don Luis le decia
Que ya Luz de día en día
Iba de mal en peor,
La idea supersticiosa
De que aquella triste vida
Por su reló iba medida
A ser, le infundió pavor.

“¡Ay! esclamó; si la máquina
“De su cuerpo se pudiera
“Arreglar como la esfera
“Y máquina de un reló!
“¡Si encerrar su alma pudiese
“De un reló en el mecanismo,
“Y pudiese por mí mismo
“Arreglar su marcha yo!”

A este estremo de delirio
Lleva a veces su alma honrada
En su pesar a Losada,
De cuyo buen corazón
La compasión se apodera
Que le causa el mal ajeno,
Agriándosele el veneno
De su preocupación.

Al fin encerró la carta
de Don Luis en su bufete,
Bajó de su gabinete,
Por su tienda atravesó
Taciturno y cabizbajo,
Y tomando calle abajo
La del Regente, en la esquina
De la de Oxford se perdió.

domingo, 20 de diciembre de 2015

8.- ZORRILLA Y LOSADA. UNA REPETICIÓN DE LOSADA. CAPÍTULO PRIMERO.

Una Repetición de Losada es el cuento fantástico que Zorrilla dedica a Losada y que cuando este muere tiene el libro debajo de su almohada. Se trata de la historia de Luz, una cantante cubana y de su marido Luis Altamirano, se desarrolla en Londres y en ella aparece José Rodríguez de Losada como principal protagonista. Esta obra la escribe o al menos la publica Zorrilla en la Habana en el año 1859.
reloj de repetición
reloj que repite la señal horaria que acaba de dar.

Una repetición es una complicación en un reloj mecánico que hace sonar las horas a petición mediante la activación de un pulsador o gatillo. Los distintos tipos de repetición permiten oír la hora con diversos grados de precisión; desde la sencilla repetición de cuartos que toca las horas y los cuartos, hasta el Repetición de Minutos que hace sonar incluso los minutos utilizando distintos timbres para las horas, los cuartos y los minutos.







DE LOS
RECUERDOS


OFRENDA
QUE HACE
A LOS PUEBLOS HISPANO-AMERICANOS
DON JOSÉ ZORRILLA


ISLA DE CUBA.



HABANA.

LIBRERÍA É IMPRENTA EL IRIS, DE MAJÍN PUJOLÁ Y CP.ª
CALLE DEL OBISPO NUMERO 121.
1859.




Una repetición de Losada - Cuento fantástico
Capítulo primero - Capítulo segundo - Capítulo tercero - Entre capítulos - Capítulo cuarto - Capítulo quinto: I. - II. - Capítulo sexto: I. - II. - III. - Conclusión


Capítulo primero: Introducción

Luz era un lirio que brotó en la Habana
Mas bien que una mujer. La llamo lírio,
No por satisfacer mi necia gana
De abrir mi narración con un delirio,
De esos que con placer y audacia insana
Los poetas románticos apilan
Y a los clásicos viejos horripilan;
Sino, porque su rápida existencia,
El perfume de amor y poesía
Que ecsalaba de sí mientras vivía,
Y de virtud la espiritual esencia
Que dejó tras de sí, me dan derecho
De compararla aquí, como lo he hecho,
Con un lirio, que es flor que dura un día,
Y cuyo olor suavísimo embalsama
El campo por dó el aura le derrama.
Luz tenia en su candida figura
Y en su alma angelical el suave aroma,
La gracia y la frescura
De esta flor campesina. Su hermosura,
Del tipo de la de Ática y de Roma
En perfección de formas, difería
De aquel en robustez: pues la dulzura
Virginal de sus ojos de paloma,
La ondulante esbeltez de su cintura,
Lo tornátil del cuello y de los brazos,
El lánguido y sereno
Movimiento gentil de su cabeza,
El desarrollo escaso de su seno
Y un aire de poética pereza
Revelado en su calma y andar lento,
Daban a su belleza
Más flexibilidad, más ligereza
Y espiritualidad y movimiento
Que los que dio la antigüedad pagana
De Atenas y de Roma a las figuras
De sus deificadas esculturas,
Que admira con rubor la edad cristiana.
Luz era, pues, una mujer hermosa:
No de esa beldad clásica y completa
Que amó la antigüedad libidinosa,
Sino de esa hermosura vagarosa
Con que sueñan el niño y el poeta.
Luz era una hermosura de occidente
De la raza latina,
En cuya blanca frente
Desleyó un rayo de su luz caliente
La luna que la América ilumina.
Luz era una hermosura verdadera
De tipo griego y perfección romana:
Mas con la gracia lánguida, hechicera,
de las pálidas hijas de la Habana.
Su cuerpo virginal había crecido
Cerniéndose en sus frescos mecedores:
Sus manos de marfil no habían cogido
Nunca más peso que batista y flores;
Sus nacarinos pies no habían hollado
Mas que pulidos mármoles y alfombras ;
Nunca un rayo de sol había tocado
Su tez, y de la noche entre las sombras
Había nada más en su volanta
Salido a los teatros u otra fiesta,
Sin verse nunca a aventurar espuesta
Sobre las calles húmedas la planta.
Rica, feliz, mimada y atendida
De cuantos la cercaron, su persona
Se nutrió lentamente con la vida
De aquel que a la molicie se abandona.
Pero en cambio su espíritu, a la altura
De la moderna educación, nutrido
Con escogido pasto de lectura,
Por instintivo gusto dirigido
Y por los grandes dotes naturales
Ayudado de su honda inteligencia,
Llegó a ser en la música y pintura
Profesora, y nociones generales
Y claras a adquirir en arte y ciencia;
Y comprendiendo bien en la lectura
Las lenguas europeas y orientales,
Con natural deleite y complacencia
Con corrección leia
En su lengua y valor originales
La estrangera y la patria poesía.
Luz era rica: su familia escasa:
Sus padres no existían: un pariente
Viejo, que de la audiencia fue regente,
Es su tutor, cabeza de su casa
Y de sus pingües rentas intendente.
Noble, rica, feliz, bella y querida
Para Luz era plácida la vida.
Luz daba ser, animación y encanto
A los aristocráticos salones
Con su conversación y con su canto,
Con su gracia y sus raras perfecciones.
Mas Luz no era ni altiva ni coqueta:
Su porte era sincero y sin aliño,
Y a la sencilla candidez de un niño
La exaltación unia de un poeta.
Era el astro viviente del buen tono:
Su noble dignidad aristocrática
Del sillón que ocupaba hacia un trono;
Pero Luz en su candido abandono,
A todos superior, era simpática
A todos; siendo en ella tan innato
Tan natural, tan fácil, tan sencillo
Lo que en otra sin duda fuera ingrato,
A todos cautivaba con su trato
Y a nadie daba en ojos con su brillo.
Solo una estraña circunstancia había
En aquella mujer: Luz no bailaba:
Si al baile alguna vez se la impelía
A dos vueltas de vals palidecía:
Y cuando en noches húmedas cantaba,
Alguna vez al concluir tosía.
Por este tiempo apareció en la Habana
Un mancebo galán y cortesano,
Que en misión oficial la soberana
Enviaba al continente americano.
Y era en verdad el mozo mas cumplido
Y mas gentil Don Luis de Altamirano
Que había a las américas venido
Desde el paterno territorio Hispano.
Entroncado con mas de una familia
De blasón titular, rico en hacienda
Y con un tio que a medrar le ausilia,
De quien dicen que nada hay que pretenda
Que no logre en la corte,
Tan mozo y de Santiago caballero,
Rayó Don Luis en posición, en porte
Y en fortuna social donde el primero.
Su edad frisaba en los ventiocho años;
Siempre a las españolas legaciones
Por decoro agregado, las naciones
Recorrió y los paises mas estraños.
Por ajenos o propios intereses
Con nuestra compañía Filipina
Viajó a Calcutta y penetró en la China,
Visitó el Indostan con los ingleses:
En la tierra Argelina
Por Francia se batió con los franceses,
Y venía, empezando por la Habana,
A recorrer la tierra americana.
Don Luis era galán; para buen mozo
Le faltaba una línea de estatura:
Era de aristocrático talante;
Su barba negra: su vigote el bozo
Primero que hubo en él, cuya finura
Juvenil contrastaba en su semblante
Con su espresion viril, y su figura
Masculina y de músculos pujante.
Don Luis tenía numerosos álbums
En cuyas ricas páginas traía
Cuadros y planos mil, apuntaciones
Curiosas, datos amplios, raras notas
Sobre cuanto encontró por las regiones
Estrañas y remotas
Que recorrió en sus viages. Allí había
Relaciones y vistas de mil puntos,
En todos los idiomas, bajo todas
Las formas, sobre todos los asuntos,
Desde la religión hasta las modas,
Desde legislación y astronomía
Hasta la mas pueril manufactura
Empleada en cabanas o en pagodas:
Mil cuadernos de música y pintura,
Manuscritos, impresos, dibujados,
Al lápiz, al pastel, en miniatura,
En cobre, acero y en marfil grabados;
Y allí había un curioso cancionero
De bailes y cantares
Y de aires nacionales populares,
Colección hecha del gentil viagero
Por la curiosidad en los lugares
De donde origen traen; conjunto raro
De todos los lamentos y armonías,
De los diversos modos
Con que en sus desventuras o alegrías
Se espresan con la voz los pueblos todos
En sus gloriosos o funestos días,
Recogidos por él en su camino
Por cultas cortes y salvajes playas,
En Industani, en árabe y en chino,
En coro, a varias voces y a una sola:
Desde la Veneciana barcarola,
Hasta las tristes kásidas Malayas:
Desde el cantar trinado y peregrino
Del pastor del Tirol y el Apenino,
Hasta la Beréber jota Española
Y el monótono canto del Beduino.
Don Luis a la nobleza de la Habana
Presentado una noche en su palacio
Fué por el General: y es cosa llana
Asaz de comprender, tras de lo dicho,
Que se instaló D . Luis en breve espacio
Entre la franca sociedad Cubana,
Y que pudo instalarse a su capricho.
Y no hay pueblo tal vez sobre la tierra
Que reciba mejor al estrangero
Que en sí renombre o méritos encierra,
Como el pueblo habanero.
Una celebridad, propia o estraña,
No importa cuales sean sus condiciones,
Puede segura entrar en sus salones
De que la grave educación de España
No ha de serla importuna
Con altanera sequedad uraña,
Ni con curiosidad inoportuna.
Noble, grata, sencilla, mesurada,
Su cortesía hospitalaria espresa
Con no tenerla en nada coartada;
De admirar ni aplaudir no tiene priesa
La fama que precede al que es famoso:
No se le cuelga nadie de la oreja
Para serle en vez de útil enojoso:
Dó quier se le recibe cariñoso,
Mas vivir a su gusto se le deja
Para que elija a espacio, como es justo,
Sociedad y amistades a su gusto.
En esto, vive Dios! está la Habana
Colocada a la altura
De la nación mas culta y cortesana;
El gobierno, las damas, la nobleza,
El clero y el comercio
Reciben al de fuera con mesura,
Con franca y española gentileza,
Y todo el mundo a hacerle se apresura
En sus empresas o negocios tercio.
Así fue que Don Luis de Altamirano
Mozo, rico, español y caballero,
Se bailó al mes en el círculo cubano
Como si en él no fuese forastero;
Y, al mes, hacía ya catorce días
Que en la casa de Luz y en su piano
Cantaba las exóticas canciones,
Las salvages y estrañas melodías
Que trajo de las índicas regiones:
Y traducía a Luz las poesías
Que aprendió del Oriente en las naciones.

Luz cercada de espíritus vulgares
Que a ella se conocieron inferiores,
No halló almas nunca que a la suya pares
Movieran sus resortes interiores.
Luis, en el universo forastero
Y en todas las regiones pasagero,
No había hallado un alma femenina
Que en su cerrado corazón de acero
Infiltrara el amor: chispa divina
Que cuando menos él se lo imagina,
Incendia y rinde el corazón mas fiero.
Luz, habituada a concentrarse sola
Con sus adormecidos sentimientos,
Y a no ver de su mente la aureola
Alumbrar los ajenos pensamientos,
Su corazón abría dulcemente
Al cariño de Luis, que en él nacía,
Y al torrente de amor y poesía
Que en él derrama su palabra ardiente.
Luis, hecho a no hablar más con las mujeres
Que de frivolidades o placeres,
Grande opinión del sexo no tenía;
Y asombrábale en Luz sinceramente
Encontrar aquella alma inteligente
Que a su alma y sus palabras respondía.
Luz inocente, cándida, sencilla,
Siente arder en su alma oculta hoguera:
Y aunque sentirla arder la maravilla,
Calor la juzga de amistad sincera.
Luis que, al calor de la pasión no hecho,
Sintió en su corazón la hoguera inmensa
Encenderse y crecer, vio que su pecho
Para el volcán naciente era ya estrecho:
Pero su fuego en estinguir no piensa.
Le alimenta al contrario y le acaricia,
Y en su creciente llama
Que se abrasa percibe con delicia;
Y ver quiere en el fuego que a él le inflama
Arder el corazón de la que ama.

Y era una noche límpida y serena,
De esas noches azules de la Habana
En que de amor la atmósfera se llena
Que de la luz del firmamento emana.
Luis dejaba correr su diestra mano
Cabizbajo, callado y pensativo,
Sobre las suaves teclas del piano
Arpegiando al azar; del gas brillante
La luz que se quebraba en el espejo,
Con su vivo reflejo
Alumbraba de lleno su semblante,
Con su esplendor fantástico y radiante
Una aureola ciñendo a su cabeza
De inteligente y varonil belleza.
Luz, cruzada de brazos y apoyada
En el respaldo del sillón dorado
En que estaba sentado,
Contemplaba arrobada
Bajo un aspecto tan radioso y nuevo
La luminosa imagen del mancebo
Sobre la tersa luna reflejada.
Y he aquí que Luis cediendo de repente
A uno de esos impulsos del instante,
En que del arte el entusiasmo ardiente
Arrastra al profesor del suyo amante,
Y en que viendo, inspirado y entusiasta,
Que su emoción vehemente
A contener su corazón no basta
Y que de él se desborda el sentimiento:
Y a contener su impulso sin ser parte,
Bajo la forma que le presta su arte
Lanza fuera de sí su pensamiento;
Aplicó al instrumento las dos manos
Y, con vibrante voz, lanzó en el viento
Uno de esos cantares italianos
Que hoy aquel pueblo rey lanza sediento
De amor y libertad al firmamento.
Al son de las robustas vibraciones
De aquella limpia voz, de notas llenas
Y simpático timbre, sus sentidos
Por el poder magnético invadidos
Sintió Luz, y el fluido misterioso
Correr del entusiasmo por sus venas.
Luis, fijando sus ojos encendidos
De inspiración en el espejo, donde
Los de Luz por los suyos atraídos,
A su mirada límpida y magnética
Trémula de emoción le corresponde
Con su mirada lánguida y poética,
Cambió de su canción el estribillo,
Y donde dice el pescador sencillo
De Nápoles al mar: “mare, io bramo
Teco la libertá: io son tuo figlio!”
Dijo Don Luis con sfogatto brillo
Sosteniendo su voz: “Luz, yo reclamo
Todo tu corazón: Luz, yo te amo!”
Abandonó el piano bruscamente
Luis, y tomando la gentil cabeza
De Luz entre sus manos, la terneza
De una inmensa pasión más que él potente,
Con un beso de amor selló en su frente.
Como el fuego, que oculto se alimenta
Bajo del combustible sofocado,
Rompe voraz en llama violenta
Al soplo de huracán inesperado,
Luz, al contacto cálido y vivífico
De aquel beso de amor, sintió en su seno
Desarrollarse rápido y prolífico
El germen de pasión de que está lleno.
Luz, al sentir su alma devorada
Por el incendio que jamás había
Creído alimentar, miró espantada
Levantarse su llama inesperada
Inestinguible, indómita, bravia,
Dentro del corazón; porque esas gentes
De un colosal artístico talento
Suelen ser unos entes
De alma tan distraída,
Tan cándidos, en fin, tan inocentes
En las cosas comunes de la vida
Y en cuestiones de simple sentimiento,
Que necesitan años
Para dar en cualquiera fruslería
Que desde el primer día
Aperciben muy bien propios y estraños;
Y a veces la ocurrencia mas sencilla,
El mas sencillo y natural afecto
Producen en su espíritu un afecto
Cuya imprevista acción les maravilla.
Así Luz, que jamás había mirado
Su propio corazón por entre el prisma
Del amor, que jamás había sondado
La sima de pasión que hay en sí misma,
De su pasión se apercibió asombrada,
Y delante de Luis que de hito en hito
La contempla en su amor hondo, infinito,
Roja de amor y de rubor turbada
Inmóvil se quedó sin decir nada.
Mas desde el punto aquel todo fue dicho:
Luz y Don Luis se amaban: era un hecho,
Y era el amor que reventó en su pecho
Una pasión voraz y no un capricho.
Luis al tutor de Luz el sentimiento
Reveló de los dos una mañana;
Sancionólo el tutor, y en un momento
Su amoroso secreto por la Habana
Cundió como impulsado por el viento.
Desde este punto los que a Luz tuvieron
Por un ser superior a los pueriles
Caprichos y flaquezas mujeriles,
Con despecho tardío comprendieron
Que aquel genio de luz y de armonía,
Aquel ángel de amor y poesía,
Aquella gran mujer, mujer cual todas,
Era preciso que cayera un día
En la prosa casera de unas bodas.
Y los que en otro tiempo reverentes
Llevaron a sus pies ramos de flores,
Los poetas y músicos que ardientes
La dirijieron cánticos de amores,
Comprendieron al fin que era preciso
Que un día en sus domésticos hogares
Fueran a hacerla ofrenda, previo aviso,
De sus epitalámicos cantares.

El verdadero amor huye y detesta
La gran publicidad; y quien bien ama
A los ojos del vulgo manifiesta
Poner no gusta de su amor la llama.
Luz tenia una quinta; a aquel retiro
Fueron Luz y Don Luis nuevo incremento
A dar a su pasión, y nuevo giro
Tomó en su soledad su pensamiento.
Luz anhelaba ver aquella Europa
Que dio vida a Don Luis: él que veia
La nave de su amor y viento en popa,
Quiso que allí su Luz luciera un día:
Dijeron pues que allá se apuraría
De su ventura conyugal la copa.

Cinco meses después cristianamente
Como todos los novios se casaron
En la Habana, en palacio, entre la gente
Ilustre que a sus bodas convidaron.
El galán general les dio una fiesta
Por convite nupcial y despedida,
Con gran baile, gran cena y doble orquesta:
Mientras para su próxima partida
La nave estaba en la bahía presta.
Amanecía apenas: del palacio
Salieron con no poca compañía;
Cruzaron en un bote el corto espacio
Del muelle al buque: andaban muy despacio:
Había algo de mar, neblina había
Húmeda y la mañana estaba fría.
Luis iba satisfecho, Luz galana
Con su rico albornoz de armiño y grana:
Pero a pesar del arbornoz tosía.
Partió el vapor que les conduce a Europa;
Volvieron sus amigos la bahía
A cruzar; Luz y Luis desde la popa
Con sus blancos pañuelos de batista
Les enviaron al par su adiós postrero;
Traspuso el Morro su vapor ligero,
Y en un punto perdiéronse de vista
Tras él. Entonces el doctor Zambrana
Que la fue a despedir por deferencia
A Don Luis, que amó a Luz como a una hermana
Y que es hombre que ejerce con conciencia
Su profesión, que por sondar se afana
Los secretos mas hondos de su ciencia
Y sin cesar dó quier los escudriña,
De su bote al saltar, dijo: “Esa niña
“Hizo mal en casarse esta mañana:
“Pero hace bien en irse de la Habana.”

¿Por qué diría esto
El buen doctor Zambrana?
Pasa ¡oh caro lector! a la otra llana
Y de una en otra lo verás muy presto.
NOTA: Los textos son originales y mantienen la ortografía de la época, o sea que las faltas de ortografía de acuerdo con las reglas actuales son de Zorrilla y no mías.