CAPÍTULO QUINTO II.
Pasó Setiembre: el otoño
Va con el sombrío Octubre
Corriendo; el cielo se cubre
De nubes: ciñe en redor
El horizonte la niebla
Que en llovizna se resuelve,
Y el aura fresca se vuelve
Vendabal asolador.
Está espirando el crepúsculo
De un día opaco: se cierra
La noche sobre la tierra
Amenazando huracán.
El cierzo va ya los árboles
Desnudando hoja por hoja,
Y al espacio las arroja
Por donde perdidas van.
Luz reposa en su aposento,
Después de haber arrostrado
Un ataque muy violento;
De los que tuvo, el mayor.
Don Luis, John Lees y Losada
Están torbos y callados
En el salón agrupados
En torno del velador.
Losada tiene los ojos
Húmedos fijos en tierra:
El doctor John abre y cierra
Un libro que ante él está,
Sin conciencia de lo que hace:
Mientras a algún pensamiento
Que le está dando tormento
Vueltas en su mente da.
Don Luis, el semblante lívido,
Los ojos desencajados
Sobre la mesa clavados,
Y una mano en cada sien,
Por coger está luchando
Sus pensamientos perdidos:
Y todos tres, distraídos,
Ni se miran, ni se vén.
El viento zumba por fuera
Rasgándose en las persianas
De las cerradas ventanas,
Y, con la lluvia que cae,
En remolinos sonoros
Lanza contra las vidrieras
Puñados de hojas ligeras
Que de los árboles trae.
Don Luis alzó de repente
Su cara desencajada,
Soltando una carcajada
Entre histérica y feroz;
Y encarado bruscamente
Con el Doctor y Losada,
Dijo con vista extraviada
Y descompasada voz:
“Creo que este es el momento
“De que yo os cuente una historia,
“Que atormenta mi memoria
“Y me prensa el corazón;
“Tanto más cuanto que espero
“Que esta historia, que envenena
“Mi corazón, de esta escena
“Os dará una explicación.”
Losada y Lees con asombro
Las palabras escucharon
De Don Luis, y no acertaron
Su sentido a penetrar;
Mas él añadió, cobrando
Su aire mesurado y serio
Habitual: “Es un misterio
“Cuya llave os voy a dar.
“Escuchadme.”—Por un doble
E instintivo movimiento,
Adelantaron su asiento
Para oír Losada y Lees:
Y de tener satisfecho
Su curiosidad atenta,
En voz baja, triste y lenta,
Contó esta historia Don Luis:
“Era yo mozo: mi padre,
“Muerto hacía pocos meses,
“De cuantiosos intereses
“Me dejaba sucesor.
“Mi débil madre, en el pecho
“Por el mal de Luz herida,
“Cifraba en mí de su vida
“La esperanza y el amor.
“Mi padre fue un hombre duro,
“Frío, inflexible y severo,
“Que creado el mundo entero
“Para servirle creyó.
“Mi madre fue siempre esclava
“De su voluntad de hierro:
“Un verdugo y un encierro
“Fue lo que en mi casa halló.
“Consumida su alma débil
“Por su eterna pesadumbre,
“Vivió por fuerza y costumbre
“En una eterna ansiedad:
“Y aquella angustia perpetua
“En que a vivir se había hecho,
“Germinó al fin en su pecho
“Su mortal enfermedad.
“Dios nos dejó un día libres;
“Yo que, desde que era niño,
“Nunca a mi padre cariño
“Engendré sino temor,
“Al entierro de mi padre
“Asistí casi sin pena:
“Mi madre era un alma buena
“Y lloró por su señor.
“Mas las almas buenas nacen
“Para arrostrar en la tierra
“Una vida que no encierra
“Para ellas más que pesar.
“Yo había visto a mi madre
“Querida mas no estimada,
“Sujeta y nunca acatada:
“No la supe respetar.
“Hijo único, de carácter
“Indómito a todo yugo,
“De mi madre no me plugo
“Soportar la autoridad;
“Y sin resistencia abierta,
“Mas con firmeza heredada,
“La suya fue dominada
“Al fin por mi voluntad.
“La infeliz al quedar viuda
“Solo cambió de verdugo:
“Pudo aligerar su yugo,
“Mas no le pudo romper.
“La sociedad tendrá un día
“Que dar cuentas al Eterno,
“De este vasallaje interno
“Con que humilló a la mujer.
“Y los padres que a su esposa
“A que respeten sus hijos
“No acostumbran, con prolijos
“Pesares lo pagarán
“En su raza: de su madre
“Los que la ley no respeten
“Y a ella no se sujeten,
“Infelices morirán.
“Yo fui mal hijo: no importa
“Que mi padre sea el culpado
“De mi falta; mi pecado
“Su castigo ha de tener.
“Mi padre habrá respondido
“Por sí; de su mal ejemplo
“No puedo yo inmune templo
“Para mi delito hacer:
“Yo era mozo, y de una herencia
“Pingüe posesor hallándome,
“Me eché al mundo presentándome
“Con un espléndido tren.
“De mi estirpe la nobleza,
“Mi educación, mi riqueza
“Sobre todo, al mundo hicieron
“Que me recibiera bien.
“Aunque no olvidé en el mundo
“De mi hacienda los negocios,
“En sus criminales ocios
“Todas mis rentas gasté:
“Me apegué a sus vanidades,
“Sus deleites y artificios,
“Y al fin de todos los vicios
“Del lujo necesité.
“Mas yo era joven: mi alma
“No estaba aún corrompida,
“Y en el juego de la vida
“La arriesgué sin precaución,
“Y la perdí.—Fui una noche
“A un teatro, y en su escena
“Cantar oí a una sirena
“Que encantó mi corazón.
“Del poder de las pasiones
“Mundanas, la mayor parte
“Le ejerce el poder del arte
“Y el poder de la ilusión.
“Hombre de arte, amé a Almerinda
“Bajo el poder del encanto
“De su gracia, de su canto
“Y de su reputación.
“Los frenéticos aplausos
“De dos mil espectadores,
“Las coronas y las flores
“Que llovían a sus pies,
“Embriagaron mi alma virgen;
“Tomó el oropel por oro,
“Y busqué en su alma un tesoro
“Con mi honor dando a través.
“Seguí y perseguí a Almerinda,
“La envié magníficos dones:
“Debajo de sus balcones
“Cien serenatas la di.
“Las puertas de su casa ella
“Abrió a la opulencia mía:
“Y yo ¡insensato! creía
“Que me las abría a mí.
“Yo la di con todo mi oro
“Mi corazón todo entero;
“Ella, actriz, por mi dinero
“Representó una pasión:
“Y en un año de delirio,
“Me dio los viles placeres
“Que pueden dar las mujeres
“Que nacen sin corazón.
“Del año al fin, de un invierno
“Crudo en una noche fría,
“Me asaltó una pulmonía
“De su mansión al salir.
“Luché más de tres semanas
“Brazo a brazo con la muerte:
“Al cabo fui yo más fuerte
“Que el mal, y torné a vivir.
“Curé de mi pulmonía,
“Mas no de mi amor funesto;
“Apenas me vi repuesto,
“Volví a mi amor con afán.
“Busqué a Almerinda: ya había
“Partido: ¡me quedé yerto!
“Partió, dándome por muerto,
“Con otro feliz galán.
“Yo estaba ciego y demente
“Por mi pasión; de tal modo,
“Que atropellando por todo
“Seguirla determiné.
“Los celos me devoraban:
“Nada más que a ella veía
“En el mundo. —Al caer el día
“A partir me preparé.
“Mi madre infeliz, a fuerza
“De velar junto a mi lecho,
“Sintió hacérsela en el pecho
“Su antigua tisis mortal:
“Lloró, rogó, mandó: inútiles
“Fueron el mandato, el ruego
“Y el llanto: yo estaba ciego
“Por mi pasión criminal.
“Lánceme en pos de Almerinda;
“Dejé en su lecho postrada
“A mi madre abandonada,
“Y hacia Nápoles corrí
“Desatinado. Conciencia,
“Honor, todo lo inmolaba
“A ella. ¡Satanás estaba
“Apoderado de mí!
“Llegué a Nápoles. El público
“Allí a Almerinda aplaudía,
“Y allí con ella tenía
“A mi dichoso rival.
“Les vi salir del teatro,
“El ciego, ella descuidada;
“Les seguí, y de su morada
“Tras ellos pasé el umbral.
“No sé lo que hice: el insulto
“Debió ser grande; un momento
“Después, detrás de un convento,
“Nos hallábamos los dos
“Espada en mano. El combate
“Duró un punto… acaso nada;
“Yo le dejé, con mi espada
“Cruzado, a merced de Dios.
“Subí a casa de Almerinda,
“ Y de ira y de celos negro,
“Le maté,—dije.—Me alegro,
“Respondió con frialdad:
“Ya no le quedaba un céntimo,
“Y estaba ya decidida
“A darle una despedida
“Como la tuya.—Maldad
“Semejante, sangre fría
“Tan bárbara, heló la mía:
“Y cuanto amor la tenía
“Sentí cambiarse en horror.
“Ella añadió: “Si habéis muerto
“ A ese hombre, dejad mi casa
“Antes que de lo que pasa
“Se entere el gobernador.”
“Desgarróseme la venda
“Que hasta allí me había cegado:
“De mi posición horrenda
“Comprendí la realidad:
“Enamorado de un monstruo
“A quien juzgué ángel divino,
“Iba a ser por asesino
“Preso en extraña ciudad.
“Se me agolpó a la memoria
“Toda mi vida pasada:
“Mi hacienda dilapidada
“Por tan infame mujer,
“Mi honor manchado, mi madre
“Abandonada… hubo un punto
“En qué creí que era asunto
“Para mí de enloquecer.
“Miré a Almerinda: la infame
“Me miraba sonriendo,
“Tal vez mi angustia leyendo
“Con placer sobre mi faz.
“Yo, sintiendo de repente
“Horror de ella y de mí mismo,
“Me libré de aquel abismo
“Que iba a sorberme voraz.
“A aquella mujer malvada
“De mi amor vi tan indigna,
“Que ni aun la tuve por digna
“De mi venganza. Volví
“A embozarme, avergonzado
“De mi amor y mi demencia,
“Y a paso precipitado
“De su casa me salí.
“Volví a entrar en mi posada:
“Pagué al huésped mi hospedaje,
“Y volviendo mi equipage
“En mi maleta a encerrar,
“Aguardé la luz del día:
“Y en el vapor que salía
“Para Marsella a las siete,
“Me hice en silencio a la mar.
“Volaba sobre las ondas
“El vapor: mas mi conciencia
“Me quemaba de impaciencia
“Y de miedo el corazón.
“Mi tragedia de Almerinda
“Había sido mi escarmiento,
“E iba en mi arrepentimiento
“A volverme a la razón
“Me resolví a consagrarme
“De mi madre a la ventura,
“Y a convertir su amargura
“En calma y felicidad
“Mientras viviera.—¡Insensato!
“¡Como si Dios no existiera,
“O impune dejar pudiera
“En la tierra mi maldad!
“Llegué a mi casa de noche.
“Ni luz, ni rumor de gente
“Percibí en ella: indolente
“Dormía en su habitación
“El portero: llamé airado
“Dos veces: con desagrado
“Contestó, y abrió turbado
“Al conocerme, el portón.
“¿Mi madre está ya acostada?
“Y no hay miedo que despierte.
“¿Por qué?
“Porque está enterrada
“Diez y siete días ha.—
“Aquel golpe era muy fuerte:
“A su atroz sacudimiento,
“Caí sin conocimiento.
“¡Así Dios sus golpes da!
“Mi madre murió llamándome:
“Y no faltó quien la dijo,
“Que la abandonaba su hijo
“Por ir tras una mujer.
“Entonces aquel espíritu,
“Que en perpetuo sufrimiento
“Una vida de tormento
“Pasó sin ningún placer,
“Dejó escapar de su vida
“Por las pesadumbres rota,
“De hiel una amarga gota
“¡Y sobre mí la vertió!
“Mi madre dijo impaciente:
“¡Permita Dios que esa infame
“Y cuantas mujeres ame,
“Mueran como muero yo!
“Dios la escuchó, y a su fallo
“Es forzoso que me rinda:
“Así se murió Almerinda,
“Y así Luz se morirá.
“¿No es el momento oportuno
“De traerlo a la memoria?
“¿El misterio de mi historia
“Habéis comprendido ya?
“Fui mal hijo: de mi estirpe
“Solo soy; no hay esperanza:
“En mí ha de caer la venganza
“De mi madre y de mi Dios.
“He amado a dos mujeres;
“Fuerza es que para ambas haya:
“Fuerza es que arrastrada vaya
“La virtud del vicio en pos.”
Dijo Don Luis: y dejando
El velador bruscamente,
Fue a la ventana de enfrente,
Abrióla con rapidez,
Y sacando el busto fuera,
Con afán calenturiento
Se puso el húmedo viento
A aspirar con avidez.
Quedó Losada espantado
Del doctor viendo la calma,
Y en el fondo de su alma
Sintiendo la exactitud
De su observación terrible.
En esto, un soplo de viento
Asaltando el aposento,
Desgarró del gas la luz.
El vendaval comenzaba
A hacerse huracán bravío:
Don Luis con el viento frío
Templaba su ardor febril
En la ventana de pechos,
Sin ver que el viento a que abría
Paso, le descomponía
El aposento gentil.
Flotaban los cortinajes
De sus pabellones sueltos,
Y los papeles revueltos
Comenzaban a volar
Arrancados de las mesas,
Y del gas las llamaradas,
Espiraban sofocadas
Y volvían a brotar.
Losada y John Lees, absortos
Con la lúgubre memoria
De aquella tremenda historia
Que acababan de escuchar,
O tienen su pensamiento
Fuera de alcance del viento,
O a Don Luis dejan de intento
Con él su fiebre calmar.
En la espectación fatídica
De este silencio anhelante,
De una Iglesia protestante
Situada en la inmediación
Se oyó al reló dar las siete;
Cuyas siete campanadas
Fueron a perderse ahogadas
Del vendabal entre el son.
Mas una furiosa ráfaga,
Lanzándose por la abierta
Ventana contra la puerta
Del cuarto de Luz, la abrió
Del quicio desencajándola
Con estrépito violento,
Y de Luz al aposento
Revoltosa penetró.
Losada y Lees por afuera,
Y de Luz la camarera
Por dentro, se abalanzaron
A cerrarla: mas fue ya
Tarde; la ráfaga helada
Mató la vela y, el lecho
Sofaldeando, azotó el pecho
De Luz que dormida está.
Sintió la enferma, del viento
Por la fría bocanada,
Desaparecer cortada
Su febril transpiración,
Y sintió que, al ser por ella
De muerte en su cuerpo herida,
Su postrer soplo de vida
Se la iba del corazón;
Y exhaló un hondo gemido
Que resonó en las tinieblas
De todos en el oído
Con un terrífico son.
“¡Luz! ¡Luz!”—dijeron a gritos
Todos los que al aposento
Llegaban, y hubo un momento
De angustia y de confusión.
Dejó Don Luis la ventana
Y entró con una bujía
El último: Luz tosía,
Pero con esfuerzo tal,
Con crispación tan violenta,
Con tan seca y convulsiva
Tos, que por momentos iba
Desfalleciendo mortal.
Al fin del acceso, exánime
Dijo: “¡ese viento me ha muerto!”
Y Luz el semblante yerto
Sobre su pecho dobló.
Ya era cadáver.—Entonces
Don Luis con cóncavo acento
Dijo: “¡la ha matado el viento,
“Y abrí la ventana yo!”
Y sobre Luz sin sentido
Doblándose hacia adelante,
Pareció por un instante
Que estaban muertos los dos.
Lees dijo quedo a Losada:
“Si ahora le quitara el juicio,
“Era el mayor beneficio
“Que podía hacerle Dios.”
Acudió a Don Luis el médico:
Y acercándose Losada
A Luz, al cuello colgada
La halló su repetición.
Teníala entre sus manos
Enclavijadas asida,
Y con ellas comprimida
Encima del corazón.
Sacósela, y con asombro
Vio que se había parado
Cuando Luz había espirado.
Notar se lo hizo a John Lees,
Y este dijo: “¿quién acierta
“Los juicios de Dios? parada
“La repetición, Luz muerta.
“Y… ¡mirad!… loco Don Luis.”
Y era así: pasó el letargo
Por el cual fue acometido
Don Luis, mas volvió sumido
En insana insensatez.
Le hablaron, mas no obtuvieron
Rexpuesta de él; le pusieron
Ante Luz, y contemplóla
Con profunda estupidez.
Ante esta doble catástrofe
Sintió Losada espantado
Su cuerpo paralizado
Por el frío del terror:
Al fin, volviéndose al médico,
El cual como hombre de ciencia
Lo ve con indiferencia,
Dijo: “Y ahora, Doctor,
“¿Qué hacemos?”
Va con el sombrío Octubre
Corriendo; el cielo se cubre
De nubes: ciñe en redor
El horizonte la niebla
Que en llovizna se resuelve,
Y el aura fresca se vuelve
Vendabal asolador.
Está espirando el crepúsculo
De un día opaco: se cierra
La noche sobre la tierra
Amenazando huracán.
El cierzo va ya los árboles
Desnudando hoja por hoja,
Y al espacio las arroja
Por donde perdidas van.
Luz reposa en su aposento,
Después de haber arrostrado
Un ataque muy violento;
De los que tuvo, el mayor.
Don Luis, John Lees y Losada
Están torbos y callados
En el salón agrupados
En torno del velador.
Losada tiene los ojos
Húmedos fijos en tierra:
El doctor John abre y cierra
Un libro que ante él está,
Sin conciencia de lo que hace:
Mientras a algún pensamiento
Que le está dando tormento
Vueltas en su mente da.
Don Luis, el semblante lívido,
Los ojos desencajados
Sobre la mesa clavados,
Y una mano en cada sien,
Por coger está luchando
Sus pensamientos perdidos:
Y todos tres, distraídos,
Ni se miran, ni se vén.
El viento zumba por fuera
Rasgándose en las persianas
De las cerradas ventanas,
Y, con la lluvia que cae,
En remolinos sonoros
Lanza contra las vidrieras
Puñados de hojas ligeras
Que de los árboles trae.
Don Luis alzó de repente
Su cara desencajada,
Soltando una carcajada
Entre histérica y feroz;
Y encarado bruscamente
Con el Doctor y Losada,
Dijo con vista extraviada
Y descompasada voz:
“Creo que este es el momento
“De que yo os cuente una historia,
“Que atormenta mi memoria
“Y me prensa el corazón;
“Tanto más cuanto que espero
“Que esta historia, que envenena
“Mi corazón, de esta escena
“Os dará una explicación.”
Losada y Lees con asombro
Las palabras escucharon
De Don Luis, y no acertaron
Su sentido a penetrar;
Mas él añadió, cobrando
Su aire mesurado y serio
Habitual: “Es un misterio
“Cuya llave os voy a dar.
“Escuchadme.”—Por un doble
E instintivo movimiento,
Adelantaron su asiento
Para oír Losada y Lees:
Y de tener satisfecho
Su curiosidad atenta,
En voz baja, triste y lenta,
Contó esta historia Don Luis:
“Era yo mozo: mi padre,
“Muerto hacía pocos meses,
“De cuantiosos intereses
“Me dejaba sucesor.
“Mi débil madre, en el pecho
“Por el mal de Luz herida,
“Cifraba en mí de su vida
“La esperanza y el amor.
“Mi padre fue un hombre duro,
“Frío, inflexible y severo,
“Que creado el mundo entero
“Para servirle creyó.
“Mi madre fue siempre esclava
“De su voluntad de hierro:
“Un verdugo y un encierro
“Fue lo que en mi casa halló.
“Consumida su alma débil
“Por su eterna pesadumbre,
“Vivió por fuerza y costumbre
“En una eterna ansiedad:
“Y aquella angustia perpetua
“En que a vivir se había hecho,
“Germinó al fin en su pecho
“Su mortal enfermedad.
“Dios nos dejó un día libres;
“Yo que, desde que era niño,
“Nunca a mi padre cariño
“Engendré sino temor,
“Al entierro de mi padre
“Asistí casi sin pena:
“Mi madre era un alma buena
“Y lloró por su señor.
“Mas las almas buenas nacen
“Para arrostrar en la tierra
“Una vida que no encierra
“Para ellas más que pesar.
“Yo había visto a mi madre
“Querida mas no estimada,
“Sujeta y nunca acatada:
“No la supe respetar.
“Hijo único, de carácter
“Indómito a todo yugo,
“De mi madre no me plugo
“Soportar la autoridad;
“Y sin resistencia abierta,
“Mas con firmeza heredada,
“La suya fue dominada
“Al fin por mi voluntad.
“La infeliz al quedar viuda
“Solo cambió de verdugo:
“Pudo aligerar su yugo,
“Mas no le pudo romper.
“La sociedad tendrá un día
“Que dar cuentas al Eterno,
“De este vasallaje interno
“Con que humilló a la mujer.
“Y los padres que a su esposa
“A que respeten sus hijos
“No acostumbran, con prolijos
“Pesares lo pagarán
“En su raza: de su madre
“Los que la ley no respeten
“Y a ella no se sujeten,
“Infelices morirán.
“Yo fui mal hijo: no importa
“Que mi padre sea el culpado
“De mi falta; mi pecado
“Su castigo ha de tener.
“Mi padre habrá respondido
“Por sí; de su mal ejemplo
“No puedo yo inmune templo
“Para mi delito hacer:
“Yo era mozo, y de una herencia
“Pingüe posesor hallándome,
“Me eché al mundo presentándome
“Con un espléndido tren.
“De mi estirpe la nobleza,
“Mi educación, mi riqueza
“Sobre todo, al mundo hicieron
“Que me recibiera bien.
“Aunque no olvidé en el mundo
“De mi hacienda los negocios,
“En sus criminales ocios
“Todas mis rentas gasté:
“Me apegué a sus vanidades,
“Sus deleites y artificios,
“Y al fin de todos los vicios
“Del lujo necesité.
“Mas yo era joven: mi alma
“No estaba aún corrompida,
“Y en el juego de la vida
“La arriesgué sin precaución,
“Y la perdí.—Fui una noche
“A un teatro, y en su escena
“Cantar oí a una sirena
“Que encantó mi corazón.
“Del poder de las pasiones
“Mundanas, la mayor parte
“Le ejerce el poder del arte
“Y el poder de la ilusión.
“Hombre de arte, amé a Almerinda
“Bajo el poder del encanto
“De su gracia, de su canto
“Y de su reputación.
“Los frenéticos aplausos
“De dos mil espectadores,
“Las coronas y las flores
“Que llovían a sus pies,
“Embriagaron mi alma virgen;
“Tomó el oropel por oro,
“Y busqué en su alma un tesoro
“Con mi honor dando a través.
“Seguí y perseguí a Almerinda,
“La envié magníficos dones:
“Debajo de sus balcones
“Cien serenatas la di.
“Las puertas de su casa ella
“Abrió a la opulencia mía:
“Y yo ¡insensato! creía
“Que me las abría a mí.
“Yo la di con todo mi oro
“Mi corazón todo entero;
“Ella, actriz, por mi dinero
“Representó una pasión:
“Y en un año de delirio,
“Me dio los viles placeres
“Que pueden dar las mujeres
“Que nacen sin corazón.
“Del año al fin, de un invierno
“Crudo en una noche fría,
“Me asaltó una pulmonía
“De su mansión al salir.
“Luché más de tres semanas
“Brazo a brazo con la muerte:
“Al cabo fui yo más fuerte
“Que el mal, y torné a vivir.
“Curé de mi pulmonía,
“Mas no de mi amor funesto;
“Apenas me vi repuesto,
“Volví a mi amor con afán.
“Busqué a Almerinda: ya había
“Partido: ¡me quedé yerto!
“Partió, dándome por muerto,
“Con otro feliz galán.
“Yo estaba ciego y demente
“Por mi pasión; de tal modo,
“Que atropellando por todo
“Seguirla determiné.
“Los celos me devoraban:
“Nada más que a ella veía
“En el mundo. —Al caer el día
“A partir me preparé.
“Mi madre infeliz, a fuerza
“De velar junto a mi lecho,
“Sintió hacérsela en el pecho
“Su antigua tisis mortal:
“Lloró, rogó, mandó: inútiles
“Fueron el mandato, el ruego
“Y el llanto: yo estaba ciego
“Por mi pasión criminal.
“Lánceme en pos de Almerinda;
“Dejé en su lecho postrada
“A mi madre abandonada,
“Y hacia Nápoles corrí
“Desatinado. Conciencia,
“Honor, todo lo inmolaba
“A ella. ¡Satanás estaba
“Apoderado de mí!
“Llegué a Nápoles. El público
“Allí a Almerinda aplaudía,
“Y allí con ella tenía
“A mi dichoso rival.
“Les vi salir del teatro,
“El ciego, ella descuidada;
“Les seguí, y de su morada
“Tras ellos pasé el umbral.
“No sé lo que hice: el insulto
“Debió ser grande; un momento
“Después, detrás de un convento,
“Nos hallábamos los dos
“Espada en mano. El combate
“Duró un punto… acaso nada;
“Yo le dejé, con mi espada
“Cruzado, a merced de Dios.
“Subí a casa de Almerinda,
“ Y de ira y de celos negro,
“Le maté,—dije.—Me alegro,
“Respondió con frialdad:
“Ya no le quedaba un céntimo,
“Y estaba ya decidida
“A darle una despedida
“Como la tuya.—Maldad
“Semejante, sangre fría
“Tan bárbara, heló la mía:
“Y cuanto amor la tenía
“Sentí cambiarse en horror.
“Ella añadió: “Si habéis muerto
“ A ese hombre, dejad mi casa
“Antes que de lo que pasa
“Se entere el gobernador.”
“Desgarróseme la venda
“Que hasta allí me había cegado:
“De mi posición horrenda
“Comprendí la realidad:
“Enamorado de un monstruo
“A quien juzgué ángel divino,
“Iba a ser por asesino
“Preso en extraña ciudad.
“Se me agolpó a la memoria
“Toda mi vida pasada:
“Mi hacienda dilapidada
“Por tan infame mujer,
“Mi honor manchado, mi madre
“Abandonada… hubo un punto
“En qué creí que era asunto
“Para mí de enloquecer.
“Miré a Almerinda: la infame
“Me miraba sonriendo,
“Tal vez mi angustia leyendo
“Con placer sobre mi faz.
“Yo, sintiendo de repente
“Horror de ella y de mí mismo,
“Me libré de aquel abismo
“Que iba a sorberme voraz.
“A aquella mujer malvada
“De mi amor vi tan indigna,
“Que ni aun la tuve por digna
“De mi venganza. Volví
“A embozarme, avergonzado
“De mi amor y mi demencia,
“Y a paso precipitado
“De su casa me salí.
“Volví a entrar en mi posada:
“Pagué al huésped mi hospedaje,
“Y volviendo mi equipage
“En mi maleta a encerrar,
“Aguardé la luz del día:
“Y en el vapor que salía
“Para Marsella a las siete,
“Me hice en silencio a la mar.
“Volaba sobre las ondas
“El vapor: mas mi conciencia
“Me quemaba de impaciencia
“Y de miedo el corazón.
“Mi tragedia de Almerinda
“Había sido mi escarmiento,
“E iba en mi arrepentimiento
“A volverme a la razón
“Me resolví a consagrarme
“De mi madre a la ventura,
“Y a convertir su amargura
“En calma y felicidad
“Mientras viviera.—¡Insensato!
“¡Como si Dios no existiera,
“O impune dejar pudiera
“En la tierra mi maldad!
“Llegué a mi casa de noche.
“Ni luz, ni rumor de gente
“Percibí en ella: indolente
“Dormía en su habitación
“El portero: llamé airado
“Dos veces: con desagrado
“Contestó, y abrió turbado
“Al conocerme, el portón.
“¿Mi madre está ya acostada?
“Y no hay miedo que despierte.
“¿Por qué?
“Porque está enterrada
“Diez y siete días ha.—
“Aquel golpe era muy fuerte:
“A su atroz sacudimiento,
“Caí sin conocimiento.
“¡Así Dios sus golpes da!
“Mi madre murió llamándome:
“Y no faltó quien la dijo,
“Que la abandonaba su hijo
“Por ir tras una mujer.
“Entonces aquel espíritu,
“Que en perpetuo sufrimiento
“Una vida de tormento
“Pasó sin ningún placer,
“Dejó escapar de su vida
“Por las pesadumbres rota,
“De hiel una amarga gota
“¡Y sobre mí la vertió!
“Mi madre dijo impaciente:
“¡Permita Dios que esa infame
“Y cuantas mujeres ame,
“Mueran como muero yo!
“Dios la escuchó, y a su fallo
“Es forzoso que me rinda:
“Así se murió Almerinda,
“Y así Luz se morirá.
“¿No es el momento oportuno
“De traerlo a la memoria?
“¿El misterio de mi historia
“Habéis comprendido ya?
“Fui mal hijo: de mi estirpe
“Solo soy; no hay esperanza:
“En mí ha de caer la venganza
“De mi madre y de mi Dios.
“He amado a dos mujeres;
“Fuerza es que para ambas haya:
“Fuerza es que arrastrada vaya
“La virtud del vicio en pos.”
Dijo Don Luis: y dejando
El velador bruscamente,
Fue a la ventana de enfrente,
Abrióla con rapidez,
Y sacando el busto fuera,
Con afán calenturiento
Se puso el húmedo viento
A aspirar con avidez.
LOSADA.
|
Doctor, ¿no teméis que ese
hombre
Tenga el juicio
trastornado?
|
JOHN
LEES.
|
Si es verdad lo que ha contado,
Que enloquezca es natural.
|
LOSADA.
|
¡Dios mío! Entonces…
|
JOHN
LEES.
|
(interrumpiéndole)
Es claro:
Ya veis que él mismo lo dijo: Dios es justo, y el mal hijo No es feliz y muere mal. |
Quedó Losada espantado
Del doctor viendo la calma,
Y en el fondo de su alma
Sintiendo la exactitud
De su observación terrible.
En esto, un soplo de viento
Asaltando el aposento,
Desgarró del gas la luz.
El vendaval comenzaba
A hacerse huracán bravío:
Don Luis con el viento frío
Templaba su ardor febril
En la ventana de pechos,
Sin ver que el viento a que abría
Paso, le descomponía
El aposento gentil.
Flotaban los cortinajes
De sus pabellones sueltos,
Y los papeles revueltos
Comenzaban a volar
Arrancados de las mesas,
Y del gas las llamaradas,
Espiraban sofocadas
Y volvían a brotar.
Losada y John Lees, absortos
Con la lúgubre memoria
De aquella tremenda historia
Que acababan de escuchar,
O tienen su pensamiento
Fuera de alcance del viento,
O a Don Luis dejan de intento
Con él su fiebre calmar.
En la espectación fatídica
De este silencio anhelante,
De una Iglesia protestante
Situada en la inmediación
Se oyó al reló dar las siete;
Cuyas siete campanadas
Fueron a perderse ahogadas
Del vendabal entre el son.
Mas una furiosa ráfaga,
Lanzándose por la abierta
Ventana contra la puerta
Del cuarto de Luz, la abrió
Del quicio desencajándola
Con estrépito violento,
Y de Luz al aposento
Revoltosa penetró.
Losada y Lees por afuera,
Y de Luz la camarera
Por dentro, se abalanzaron
A cerrarla: mas fue ya
Tarde; la ráfaga helada
Mató la vela y, el lecho
Sofaldeando, azotó el pecho
De Luz que dormida está.
Sintió la enferma, del viento
Por la fría bocanada,
Desaparecer cortada
Su febril transpiración,
Y sintió que, al ser por ella
De muerte en su cuerpo herida,
Su postrer soplo de vida
Se la iba del corazón;
Y exhaló un hondo gemido
Que resonó en las tinieblas
De todos en el oído
Con un terrífico son.
“¡Luz! ¡Luz!”—dijeron a gritos
Todos los que al aposento
Llegaban, y hubo un momento
De angustia y de confusión.
Dejó Don Luis la ventana
Y entró con una bujía
El último: Luz tosía,
Pero con esfuerzo tal,
Con crispación tan violenta,
Con tan seca y convulsiva
Tos, que por momentos iba
Desfalleciendo mortal.
Al fin del acceso, exánime
Dijo: “¡ese viento me ha muerto!”
Y Luz el semblante yerto
Sobre su pecho dobló.
Ya era cadáver.—Entonces
Don Luis con cóncavo acento
Dijo: “¡la ha matado el viento,
“Y abrí la ventana yo!”
Y sobre Luz sin sentido
Doblándose hacia adelante,
Pareció por un instante
Que estaban muertos los dos.
Lees dijo quedo a Losada:
“Si ahora le quitara el juicio,
“Era el mayor beneficio
“Que podía hacerle Dios.”
Acudió a Don Luis el médico:
Y acercándose Losada
A Luz, al cuello colgada
La halló su repetición.
Teníala entre sus manos
Enclavijadas asida,
Y con ellas comprimida
Encima del corazón.
Sacósela, y con asombro
Vio que se había parado
Cuando Luz había espirado.
Notar se lo hizo a John Lees,
Y este dijo: “¿quién acierta
“Los juicios de Dios? parada
“La repetición, Luz muerta.
“Y… ¡mirad!… loco Don Luis.”
Y era así: pasó el letargo
Por el cual fue acometido
Don Luis, mas volvió sumido
En insana insensatez.
Le hablaron, mas no obtuvieron
Rexpuesta de él; le pusieron
Ante Luz, y contemplóla
Con profunda estupidez.
Ante esta doble catástrofe
Sintió Losada espantado
Su cuerpo paralizado
Por el frío del terror:
Al fin, volviéndose al médico,
El cual como hombre de ciencia
Lo ve con indiferencia,
Dijo: “Y ahora, Doctor,
“¿Qué hacemos?”
LEES.
|
Tiene muy poco
Que discurrir: dar al loco
Una jaula en Bedlam, y a ella Un sepulcro en el panteón. |
LOSADA.
|
¿Y su hacienda?
|
LEES.
|
Administradla
Vos, por si él vuelve en su
acuerdo,
Y de ella como recuerdo Guardad la repetición. |
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